~Capitulo
1-.
Era una mañana de primavera, hacía calor, y el movimiento del coche hacía
más difícil el dormir. ¿Dónde iba? No lo sé, tan solo sé que huían, huían lejos, donde nadie supiera quienes eran o de dónde venían. En la radio se
oía ‘’she doesn’t mind’’ de Sean Paul. Por
la ventanilla del coche tan solo se veían árboles y arbustos de un verde muy
fuerte. De repente su padre frenó el coche en seco, bajó y del bolsillo se sacó
un paquete de tabaco. Era la primera vez en mucho tiempo que veía a su padre
fumando, estaba nervioso, era evidente, no sé fumo 1, se fumó 2 y entró al
coche como si nada hubiera pasado. Encendió el motor y volvieron a la carretera.
Al cabo de un rato cuando eran ya casi las
10 se despertó Sara:
-¿Don..dónde estamos?-dijo despertándose. Abría los ojos poco a poco, muy lentamente, estirándose conforme podía en aquel menudo espacio.- ¿Y
mamá?
-Sara, mamá no está. Nos vamos a un lugar
nuevo, donde conocerás gente nueva, irás a un instituto nuevo, una casa nueva...
-¿Por qué? Ya sabes que no le caigo bien mucha gente...
-Eso es lo que a ti te parece. Yo sé que no es
así.
-Eso no lo sabes..
-Sí losé, igual que tú. cuando lleguemos
¿Quieres que nos vallamos de compras?
-Vale. No tengo ropa nueva que ponerme para el
primer día aquí…
-Chicas – interrumpió su padre, intentando disimular que se había enterado de toda la conversación.-Hemos llegado,
nuestro nuevo hogar.
En ese momento la vio su padre no exageraba,
era una casa enorme, echa de piedras color rojo. Tres pisos, un patio bastante
amplio como para pasarse las tardes escondida sin que descubrieran donde se
encontraba. Una piscina e incluso tenía pista de tenis. Sara fue la primera en
entrar a la casa y elegir habitación, una en el segundo piso bastante amplia para
ella. Sin embargo Sabrina se quedó con el ático, grande, luminoso y escondido.
Perfecto.
En el ático había un armario viejo, una cama
rota, cuatro posters de 30 Seconds To Mars, unos peluches bastante viejos y las paredes de un color blanco sucio. Dejó las
bolsas, los trastos y se cambió de ropa, ese lugar, necesitaba un lavado de
cara.
Bajó a la cocina, donde se encontraba su padre
y su hermana:
-Papa, dame dinero y me voy con Sara de
compras.
-Sabrina, si te vas a ver el pueblo y eso,
compraros unos botes de pintura para vuestras habitaciones.
Se sacó la cartera del bolsillo a continuación, sacando de esta cuatro billetes de cincuenta euros, para que pudiesen disfrutar de la tarde sin tener que estirar el dinero.
Se sacó la cartera del bolsillo a continuación, sacando de esta cuatro billetes de cincuenta euros, para que pudiesen disfrutar de la tarde sin tener que estirar el dinero.
-¡Gracias, papa! A las nueve estamos en casa,
prometido.
-Muy bien hija, pasároslo bien.
Salieron de la cocina y se dirigieron a la
puerta. Al abrir, delante de su casa se encontraba el vecino de enfrente aparcando su moto. Un chaval de unos diecinueve años de edad, ojos azul cielo, de esos que poca gente tiene, pelo
castaños claro; alto sin exagerar y muy en forma. Cerraron la puerta de la casa y Sara también se dio cuenta de que
estaba:
-Sabri, ¿Quién es ese? Está muy bueno...
-Me imagino que nuestro vecino, no losé. Y si,
está para comérselo.
-¿Podemos ir a pedir cualquier tontería?
Anda...
-¿Qué dices? ¡QUE VERGÜENZA! Tenemos una tarde
para ti y para mí solas.-Una sonrisa se dejó dibujar sobre su rostro, con cuidado y cariño, mirando a la pequeña con ternura. Trece años y parece más madura en muchas ocasiones, pero esta, sin duda, no es una de ellas.
Caminaron un rato por su nuevo barrio de
casas grandes, de chalets, hasta llegar a una tienda
de decoración muy acogedora, entraron y encontraron toda clase de muebles para sus habitaciones, desde camas antiguas, hasta camas que parecían traídas
del futuro; pero solo compraron dos botes de pintura, uno verde y otro morado
claro. Al llegar a la caja para pagar, preguntaron a una dependienta bastante ancha de mofletes y de sonrisa pequeña el lugar donde hubiese algún centro comercial para comprar, esta les indicó unas calles más arriba uno, casi todo el mundo iba a él. Caminaron unos quince minutos, y
llegaron a un centro comercial con toda clase de tiendas. Se quedaron hasta la una comprando para la
primavera. Luego se fueron en busca de
un Starbucks. Pedimos un ‘’Caramel
macchiato’’ y un ‘’iced mocca blanco’’.
Cuando pagaron la cuenta su padre les llamó al móvil:
-Sabrina, hija ¿Queréis que os recoja? Así
empiezo a conocer un poco esto.
-Vale papa, recógenos en el centro comercial.
Nos hemos quedado con diez euros, nada más.
- No pasa nada, ¿Os lo habéis pasado bien?
-Sí, ahora en el coche te contaremos, un beso.
Hasta ahora.
-Hasta luego.